Actualmente practico mi profesión como Arquitecto, podría decir con especialidad en Diseño Urbano, pues la mayor parte del tiempo colaboro en esa área. Es un área la cual me deja mucha satisfacción, por que puedo analizar el comportamiento de la ciudad, para crear nuevas zonas, donde mi imaginación me ayuda mucho por las formas geométricas que puedo lograr. Además tengo pensado estudiar una maestría en Diseño Urbano, existen dos de las cuales tengo que elegir. También soy un entrepreneur, estoy iniciando un proyecto en una empresa de multivnivel, en la cual me estoy desarrollando y cambiando mi forma de ver la vida; algo que para mi era imposible lo puedo ver papable hoy en día. Sé que esto es el comienzo de una nueva etapa en mi vida, la cual estoy ansioso por disfrutar aún mas.
Neurosis Urbana
Un humano cualquiera, con muchos defectos y virtudes, tratando de vivir las circunstancias que se presentan ante mi.De carácter fuerte, sensible y noble a la vez. Arquiterco de profesión, soñador por convicción.
jueves, 8 de septiembre de 2011
Yo, Dinosaurio de Papel.
Actualmente practico mi profesión como Arquitecto, podría decir con especialidad en Diseño Urbano, pues la mayor parte del tiempo colaboro en esa área. Es un área la cual me deja mucha satisfacción, por que puedo analizar el comportamiento de la ciudad, para crear nuevas zonas, donde mi imaginación me ayuda mucho por las formas geométricas que puedo lograr. Además tengo pensado estudiar una maestría en Diseño Urbano, existen dos de las cuales tengo que elegir. También soy un entrepreneur, estoy iniciando un proyecto en una empresa de multivnivel, en la cual me estoy desarrollando y cambiando mi forma de ver la vida; algo que para mi era imposible lo puedo ver papable hoy en día. Sé que esto es el comienzo de una nueva etapa en mi vida, la cual estoy ansioso por disfrutar aún mas.
lunes, 29 de agosto de 2011
Intuición. La luz de un camino desierto.
Este tema lo pensé, por una vivencia que tuve este fin de semana. Estuve asistiendo a un curso denominado Monitor de vih/sida, el cual nos capacitaban para poder dar información y ejecutar acciones referentes para la prevención del vih/sida. Fue muy interesante asistir a este, en donde aprendí tantas cosas, crecí como persona por que eliminé muchos estigmas y prejuicios que aún tenía, por ignorancia totalmente. Para no hacerla tan larga, por que el tema es un tanto largo. El sábado que fue el día final hicimos una pequeña convivencia donde se entregaron los reconocimientos y se dio una hoja donde estaban escritas algunas de nuestras cualidades, que los demás compañeros notaron en nuestras personas. Uno de ellos fue el que me llamó la atención, INTUITIVO, será, acaso me dejo llevar mucho por mis presentimiento, total me agrado mucho que lo notaran. Ademas de salir ebrio, salí contento por esa palabra que tanto me gusta.
Que complicado puede ser el no vivir con mi intuición, quizá es un tema un tanto causante de controversias en la sociedad en la que vivo, esto quiere decir, tiene muchos tabús, ser intuitivo es parte de reconocer la parte femenina que todos tenemos. Pero como sabemos, en México, ser femenino es parte de ser discriminado. También ser femenino hasta para una mujer es parte de ser dócil, ser inferior; de lo anterior, estoy totalmente en desacuerdo, todos tenemos un mismo valor. A donde quiero llegar con esto, ser intuitivo es desarrollar instintos que actualmente no utilizamos, en mi caso trato de trabajar con eso constantemente. Ser intuitivo me ha salvado de muchas cosas, que quizá mis ojos no pueden ver o mi cerebro no puede razonar, en ocasiones siento algo, como un latir de que algo pasará o los resultados no serán como lo espero, o que no haga esa acción por que puede ser peligroso; ese sentimiento lo puedo relacionar con la intuición, físicamente podríamos sentir un palpitar, como si una voz me dice que hacer o simplemente una descarga de adrenalina.
En ocasiones vivir, y poner atención a todas nuestras emociones nos ayudan a identificar este tipo de acontecimientos. Lo sé por experiencia, por que la intuición me lo ha enseñado y he hecho caso de ella. Por eso, trato siempre de abrazar mi parte femenina, la parte que mi mamá enseñó para poder sobrevivir, tratar de no sufrir o tomar una decisión lo mas acertada posible; por que no hasta para dar un paso hacia atrás, ver mejor las cosas y huir.
Creo relacionar la intuición con la confianza, no soy especialista en el tema, pero el tiempo en el que he usado la intuición me ha dado mas confianza, para poder tomar decisiones adecuadas, se transforma en experiencia; estando vinculadas unas con otras. En este momento de mi vida, es cuando mi intuición esta al 100%, quien me dice que hacer y que no hacer, a donde dirigirme o simplemente que es lo mejor para mi. Intuyo algo aproximarse, pero no se bien que es, solo esperare a que llegue el momento, estar preparado para que pueda llegar a pasar. No sé, puede ser algo bueno o algo amargo. Instintivamente me preparo.
Hay un cuento gitano el cual nos hace una analogía, de lo que puede ser la intuición.
Vasalisa la Sabia.
Había una vez y no había una vez una joven madre que yacía en su lecho de muerte con el rostro tan pálido como las blancas rosas de cera de la sacristía de la cercana iglesia. Su hijita y su marido permanecían sentados a los pies de la vieja cama de madera, rezando para que Dios la condujera sana y salva al otro mundo. La madre moribunda llamó a Vasalisa y la niña se arrodilló al lado de ella con sus botas rojas y su delantalito blanco. -Toma esta muñeca, amor mío -dijo la madre en un susurro, sacando de la colcha de lana una muñequita que, como la propia Vasalisa, llevaba unas botas rojas, un delantal blanco, una falda negra y un chaleco bordado con hilos de colores. -Presta atención a mis últimas palabras, querida -dijo la madre-. Si alguna vez te extraviaras o necesitaras ayuda, pregúntale a esta muñeca lo que tienes que hacer. Recibirás ayuda. Guarda siempre la muñeca. No le hables a nadie de ella. Dale de comer cuando esté hambrienta. Ésta es mi promesa de madre y mi bendición, querida hija.
Dicho lo cual, el aliento de la madre se hundió en las profundidades de su cuerpo donde recogió su alma y, cuando salió a través de sus labios, la madre murió. La niña y su padre la lloraron durante mucho tiempo. Pero, como un campo cruelmente arado por la guerra, la vida del padre reverdeció una vez más en los surcos y éste se casó con una viuda que tenía dos hijas. Aunque la madrastra y sus hijas siempre hablaban con cortesía y sonreían como unas señoras, había en sus sonrisas una punta de sarcasmo que el padre de Vasalisa no percibía. Sin embargo, cuando las tres mujeres se quedaban solas con Vasalisa, la atormentaban, la obligaban a servirlas y la enviaban a cortar leña para que se le estropeara la preciosa piel. La odiaban porque poseía una dulzura que no parecía de este mundo y porque era muy guapa. Sus pechos brincaban mientras que los suyos menguaban a causa de su maldad. Vasalisa era servicial y jamás se quejaba mientras que la madrastra y sus hermanas tras se peleaban entre sí como las ratas entre los montones de basura por la noche. Un día la madrastra y las hermanastras ya no pudieron aguantar por más tiempo a Vasalisa.
-Vamos... a... hacer que el fuego se apague y entonces enviaremos a Vasalisa al bosque para que vaya a ver a la bruja Baba Yagá y le suplique fuego para nuestro hogar. Y, cuando llegue al lugar donde está Baba Yagá, la vieja bruja la matará y se la comerá. Todas batieron palmas y soltaron unos chillidos semejantes a los de los seres que habitan en las tinieblas. Así pues aquella tarde, cuando regresó de recoger leña, Vasalisa vio que toda la casa estaba a oscuras. Se preocupó y le preguntó a su madrastra: -¿Qué ha ocurrido? ¿Con qué guisaremos? ¿Qué haremos para iluminar la oscuridad? -Qué estúpida eres -le contestó la madrastra-. Está claro que no tenemos fuego. Y yo no puedo salir al bosque porque soy vieja. Mis hijas tampoco pueden ir porque tienen miedo. Por consiguiente, tú eres la única que puede ir al bosque a ver a Baba Yagá y pedirle carbón para volver a encender la chimenea. -Muy bien pues, así lo haré -dijo inocentemente Vasalisa.
Y se puso en camino. El bosque estaba cada vez más oscuro y las ramitas que crujían bajo sus pies la asustaban. Introdujo la mano en el profundo bolsillo de su delantal donde guardaba la muñeca que su madre moribunda le había entregado. Le dio unas palmadas a la muñeca que guardaba en el interior del bolsillo y se dijo: -Es verdad, el simple hecho de tocar esta muñeca me tranquiliza. A cada encrucijada del camino, Vasalisa introducía la mano en el bolsillo y consultaba con la muñeca. -Dime, ¿tengo que ir a la derecha o a la izquierda? La muñeca le contestaba, «Sí», «No», «Por aquí» o «Por allá». Vasalisa le dio a la muñeca un poco de pan que llevaba y siguió el camino que parecía indicarle la muñeca. De repente, un hombre vestido de blanco pasó al galope por su lado montado en un caballo blanco e inmediatamente se hizo de día. Más adelante, pasó un hombre vestido de rojo montado en un caballo rojo y salió el sol. Vasalisa prosiguió su camino y, en el momento en que llegaba a la choza de Baba Yagá, pasó un jinete vestido de negro trotando a lomos de un caballo negro y entró en la cabaña de Baba Yagá. Enseguida se hizo de noche. La valla hecha con calaveras y huesos que rodeaba la choza empezó a brillar con un fuego interior, iluminando todo el claro del bosque con su siniestra luz.
La tal Baba Yagá era una criatura espantosa. Viajaba no en un carruaje o un coche sino en una caldera en forma de almirez que volaba sola. Ella impulsaba el vehículo con un remo en forma de mano de almirez y se pasaba el rato barriendo las huellas que dejaba a su paso con una escoba hecha con el cabello de una persona muerta mucho tiempo atrás.
Y la caldera volaba por el cielo mientras el grasiento cabello de Baba Yagá revoloteaba a su espalda. Su larga barbilla curvada hacia arriba y su larga nariz curvada hacia abajo se juntaban en el centro. Tenía una minúscula perilla blanca y la piel cubierta de verrugas a causa de su trato con los sapos. Sus uñas orladas de negro eran muy gruesas, tenían caballetes como los tejados y estaban tan curvadas que no le permitían cerrar las manos en un puño.
La casa de Baba Yagá era todavía más extraña. Se levantaba sobre unas enormes y escamosas patas de gallina de color amarillo, caminaba sola ya veces daba vueltas y más vueltas como un bailarín extasiado. Los goznes de las puertas y las ventanas estaban hechos con dedos de manos y pies humanos y la cerradura de la puerta de entrada era un hocico de animal lleno de afilados dientes. Vasalisa consultó con su muñeca y le preguntó: -¿Es ésta la casa que buscamos? y la muñeca le contestó a su manera: -Sí, ésta es la casa que buscas. Antes de que pudiera dar otro paso, Baba Yagá bajó con su caldera y le preguntó a gritos: -¿Qué quieres? La niña se puso a temblar. -Abuela, vengo por fuego. En mi casa hace mucho frío... mi familia morirá... necesito fuego. Baba Yagá le replicó: -Ah, sí, ya te conozco y conozco a tu familia. Eres una niña muy negligente... has dejado que se apagara el fuego. Y eso es una imprudencia. Y, además, ¿qué te hace pensar que yo te daré la llama? Vasalisa consultó con la muñeca y se apresuró a contestar: -Porque yo te lo pido. Baba Yagá ronroneó. -Tienes mucha suerte porque ésta es la respuesta correcta. Y Vasalisa pensó que había tenido mucha suerte porque había dado la respuesta correcta. Baba Yagá la amenazó: -No te puedo dar el fuego hasta que hayas trabajado para mí. Si me haces estos trabajos, tendrás el fuego. De lo contrario... -Aquí Vasalisa vio que los ojos de Baba Yagá se convertían de repente en unas rojas brasas-. De lo contrario, hija mía, morirás.
Baba Yagá entró ruidosamente en su choza, se tendió en la cama y ordenó a Vasalisa que le trajera lo que se estaba cociendo en el horno. En el horno había comida suficiente para diez personas y la Yagá se la comió toda, dejando tan sólo un pequeño cuscurro y un dedal de sopa para Vasalisa.
-Lávame la ropa, barre el patio, limpia la casa, prepáreme la comida, separa el maíz añublado del maíz bueno y cuida de que todo esté en orden. Regresaré más tarde para inspeccionar tu trabajo.
Si no está listo, tú serás mi festín. Dicho lo cual, Baba Yagá se alejó volando en su caldera, usando la nariz a modo de cataviento y el cabello a modo de vela. Y cayó de nuevo la noche.
Vasalisa recurrió a su muñeca en cuanto la Yagá se hubo ido. -¿Qué voy a hacer? ¿Podré cumplir todas estas tareas a tiempo? La muñeca le aseguró que sí y le dijo que comiera un poco y se fuera a dormir. Vasalisa le dio también un poco de comida a la muñeca y se fue a dormir.
A la mañana siguiente, la muñeca había hecho todo el trabajo y lo único que quedaba por hacer era cocinar la comida. La Yagá regresó por la noche y vio que todo estaba hecho. Satisfecha en cierto modo aunque no del todo porque no podía encontrar ningún fallo, Baba Yagá dijo en tono despectivo: -Eres una niña muy afortunada. Después llamó a sus fieles sirvientes para que molieran el maíz e inmediatamente aparecieron tres pares de manos en el aire y empezaron a raspar y triturar el maíz. La paja voló por la casa como una nieve dorada. Al final, se terminó la tarea y Baba Yagá se sentó a comer. Se pasó varias horas comiendo y por la mañana le volvió a ordenar a Vasalisa que limpiara la casa, barriera el patio y lavara la ropa. Después le mostró un gran montón de tierra que había en el patio. -En este montón de tierra hay muchas semillas de adormidera, millones de semillas de adormidera. Quiero que por la mañana haya un montón de semillas de adormidera y un montón de tierra separados. ¿Me has entendido? Vasalisa estuvo casi a punto de desmayarse. -¿Cómo voy a poder hacerlo? Introdujo la mano en el bolsillo y la muñeca le contestó en un susurro: -No te preocupes, yo me encargaré de eso.
Aquella noche Baba Yagá empezó a roncar y se quedó dormida y entonces Vasalisa intentó separar las semillas de adormidera de la tierra. Al cabo de un rato la muñeca le dijo: -Vete a dormir. Todo irá bien. Una vez más la muñeca desempeñó todas las tareas y, cuando la vieja regresó a casa, todo estaba hecho. Baba Yagá habló en tono sarcástico con su voz nasal: -¡Vaya! Qué suerte has tenido de poder hacer todas estas cosas. Llamó a sus fieles sirvientes y les ordenó que extrajeran aceite de las semillas de adormidera e inmediatamente aparecieron tres pares de manos y lo hicieron.
Mientras la Yagá se manchaba los labios con la grasa del estofado, Vasalisa permaneció de pie en silencio. -¿Qué miras? -le espetó Baba Yagá. -¿Te puedo hacer unas preguntas, abuela? -dijo Vasalisa. -Pregunta -replicó la Yagá-, pero recuerda que un exceso de conocimientos puede hacer envejecer prematuramente a una persona. Vasalisa le preguntó quién era el hombre blanco del caballo blanco. -Ah -contestó la Yagá con afecto-, el primero es mi Día. -¿Y el hombre rojo del caballo rojo ? -Ah, ése es mi Sol Naciente. -¿Y el hombre negro del caballo negro? -Ah, sí, el tercero es mi Noche. -Comprendo -dijo Vasalisa. -Vamos, niña, ¿no quieres hacerme más preguntas? -dijo la Yagá en tono zalamero. Vasalisa estaba a punto de preguntarle qué eran los pares de manos que aparecían y desaparecían, pero la muñeca empezó a saltar arriba y abajo en su bolsillo y entonces dijo en su lugar: -No, abuela. Tal como tú misma has dicho, el saber demasiado puede hacer envejecer prematuramente a una persona. -Ah -dijo la Yagá, ladeando la cabeza como un pájaro-, tienes una sabiduría impropia de tus años, hija mía. ¿Y cómo es posible que seas así? -Gracias a la bendición de mi madre -contestó Vasalisa sonriendo. -¡¿La bendición?! -chilló Baba Yagá-. ¡¿La bendición has dicho?! En esta casa no necesitamos bendiciones. Será mejor que te vayas, hija mía -dijo empujando a Vasalisa hacia la puerta y sacándola a la oscuridad de la noche-. Mira, hija mía. ¡Toma! -Baba Yagá tomó una de las calaveras de ardientes ojos que formaban la valla de su choza y la colocó en lo alto de un palo-. ¡Toma! Llévate a casa esta calavera con el palo. Eso es el fuego. No digas ni una sola palabra más. Vete de aquí. Vasalisa iba a darle las gracias a la Yagá, pero la muñequita de su bolsillo empezó a saltar arriba y abajo y entonces Vasalisa comprendió que tenía que tomar el fuego y emprender su camino. Corrió a casa a través del oscuro bosque, siguiendo las curvas y las revueltas del camino que le iba indicando la muñeca. Vasalisa salió del bosque, llevando la calavera que arrojaba fuego a través de los orificios de las orejas, los ojos, la nariz y la boca. De repente, se asustó de su peso y de su siniestra luz y estuvo a punto de arrojarla lejos de sí. Pero la calavera le habló y le dijo que se tranquilizara y siguiera adelante hasta llegar a la casa de su madrastra y sus hermanastras. Y ella así lo hizo. Mientras Vasalisa se iba acercando a la casa, la madrastra y las hermanastras miraron por la ventana y vieron un extraño resplandor danzando en el bosque. El resplandor estaba cada vez más cerca y ellas no acertaban a imaginar qué podía ser. La prolongada ausencia de Vasalisa las había inducido a pensar que ésta había muerto y que las alimañas se habían llevado sus huesos y en buena hora. Vasalisa ya estaba muy cerca de su casa. Cuando la madrastra y las hermanastras vieron que era ella, corrieron a su encuentro, diciéndole que llevaban sin fuego desde que ella se había ido y que, a pesar de que habían intentado repetidamente encender otro, éste siempre se les apagaba. Vasalisa entró triunfalmente en la casa, pues había sobrevivido al peligroso viaje y había traído el fuego a su hogar. Pero la calavera que estaba contemplando todos los movimientos de las hermanastras y de la madrastra desde lo alto del palo las abrasó y, a la mañana siguiente, el malvado trío se había convertido en unas pavesas.
Es tan simple de entender, invito que la utilicen, este tipo de experiencias la verdad a mi me ha dejado con muy buen sabor de boca, podría decir, es lo que ha hecho diferente vivir mi vida. Esta en cada quien aceptar o rechazar nuestra femineidad, esto no quiere decir que se maquillen que se vistan de mujer, que traten de ser una; claro solo si eso les gusta y no les causa conflicto, es respetado; si no, que busquen ser intuitivos.
jueves, 18 de agosto de 2011
Cadenas que transmutan en Cabellos de Oro.
miércoles, 10 de agosto de 2011
Obscenidad Sagrada.
Leyendo mi biblia, como cualquier día; llamo biblia al libro "Mujeres que corren con lobos", leí un capitulo en el que se habla de la sexualidad, obscenidad, considerada como algo sagrado. Me puse a reflexionar, los beneficios que puede traer esta parte a la vida. Creo que en la sociedad que actualmente me desarrollo, esto sigue siendo un tabú, lamentablemente. Esto se debe al reprimir esta parte sagrada que se nos da para vivir en armonía, creo que a la mayoría nos a pasado, que estando tristes o un tanto deprimidos, hablar de sexualidad o tener algún acto sexual, nos pone de buen humor; no todo en la vida es metódico, tecnicismos, mecanismos; en ocasiones, reír de lo obsceno, podría contribuir en romper la rutina, o simplemente como una buena distracción o relajarnos un buen momento.
En el libro relatan tres cuentos, algo cortos pero muy chistosos y bobos.
Baubo: La diosa del Vientre.
Deméter, la madre tierra, tenía una hermosa hija llamada Perséfone que un día estaba jugando en un prado. De pronto, Perséfone tropezó con una preciosa flor y alargó las puntas de los dedos para acariciar su bella corola. Súbitamente el suelo empezó a estremecerse y un gigantesco zigzag rasgó la tierra. De las profundidades de la tierra surgió Hades, el dios de Ultratumba. Era alto y poderoso y permanecía de pie en un carro negro tirado por cuatro caballos de color espectral.
Hades agarró a Perséfone y la atrajo a su carro en medio de un revuelo de velos y sandalias. Después los caballos se precipitaron de nuevo al interior de la tierra. Los gritos de Perséfone son cada vez más débiles a medida que se iba cerrando la brecha de la tierra como si nada hubiera ocurrido.
Los gritos y el llanto de la doncella resonaron por todas las piedras de las montañas y subieron borbotando en un acuático lamento desde el fondo del mar. Deméter oyó gritar a las piedras. Oyó los gritos del agua. Después un pavoroso silencio cubrió toda la tierra mientras se aspiraba en el aire el perfume de las flores aplastadas.
Arrancándose la diadema que adornaba su inmortal cabello y desplegando los oscuros velos que le cubrían los hombros, Deméter voló sobre la tierra como un ave gigantesca, buscando y llamando a su hija.
Aquella noche una vieja bruja les comentó a sus hermanas junto a la entrada de su cueva que aquel día había oído tres gritos: uno era el de una voz juvenil lanzando alaridos de terror; otro, una quejumbrosa llamada; y el tercero, el llanto de una madre.
No hubo manera de encontrar a Perséfone y así inició Deméter la búsqueda de su amada hija a lo largo de vanos meses. Deméter estaba furiosa, lloraba, gritaba, preguntaba, buscaba en todos los parajes de la tierra por arriba, por abajo y por dentro, suplicaba compasión y pedía la muerte, pero, por mucho que se esforzara, no conseguía encontrar a su hija del alma.
Así pues, ella, la que lo hacía crecer todo eternamente, maldijo todas las tierras fértiles del mundo, gritando en su dolor: “¡Morid! ¡Morid! ¡Morid!” A causa de la maldición de Deméter ningún niño pudo nacer, no creció trigo para amasar el pan, no hubo flores para las fiestas ni ramas para los muertos. Todo estaba marchito y consumido en la tierra reseca y los secos pechos.
La propia Deméter ya no se bañaba. Sus túnicas estaban empapadas de barro y el cabello le colgaba en enmarañados mechones. A pesar del terrible dolor de su corazón, no se daba por vencida. Después de muchas preguntas, súplicas e incidentes que no habían dado el menor resultado, la diosa se desplomó junto a un pozo de una aldea donde nadie la conocía. Mientras permanecía apoyada contra la fría piedra del pozo, apareció una mujer, más bien una especie de mujer, que se acercó a ella bailando, agitando las caderas como si estuviera en pleno acto sexual mientras sus pechos brincaban al compás de la danza. Al verla, Deméter no pudo por menos de esbozar una leve sonrisa.
La bailarina era francamente prodigiosa, pues no tenía cabeza, sus pezones eran sus ojos y su vulva era su boca. Con aquella deliciosa boca empezó a contarle a Deméter unas historias muy graciosas. Deméter sonrió, después se rió por lo bajo y, finalmente, estalló en una sonora carcajada. Ambas mujeres, Baubo, la pequeña diosa del vientre, y la poderosa diosa de la Madre Tierra Deméter se rieron juntas como locas.
Coyote Dick.
Y aquella risa sacó a Deméter de su depresión y le infundió la energía necesaria para reanudar la búsqueda de su hija y, con la ayuda de Baubo, de la vieja bruja Hécate y del sol Helios, consiguió finalmente su objetivo. Perséfone fue devuelta a su madre. El mundo, la tierra y los vientres de las mujeres volvieron a crecer.
Creo que las cosas que Baubo le contó a Deméter eran chistes femeninos acerca de esos transmisores y receptores que tienen unas formas tan bonitas: los órganos genitales. En caso de que así fuera, me imagino que Baubo le debió de contar a Deméter un cuento como el siguiente que yo le oí relatar hace años al viejo encargado de un aparcamiento de caravanas de la ciudad de Nogales. Se llamaba Old Red y afirmaba tener sangre nativa.
No llevaba puesta la dentadura postiza y hacía varios días que no se afeitaba. Su anciana y bella esposa Willowdean poseía un rostro hermoso pero ajado. Me dijo que una vez le habían roto la nariz en una riña de bar. Eran propietarios de tres Cadillacs, pero ninguno de ellos funcionaba. Tenían un perro chihuahua que ella mantenía en la cocina en el interior de un parque infantil. Él era uno de esos hombres que no se quitan el sombrero ni siquiera cuando se sientan en la taza del excusado.
Yo estaba buscando cuentos y había entrado en el recinto con mi pequeña caravana Napanee.
—Bueno pues, ¿conocen ustedes algún cuento de esta región? —les pregunté, refiriéndome a la zona y sus alrededores.
Old Red miró pícaramente a su mujer con una sonrisa en los labios y la provocó diciendo en tono burlón:
—Le voy a contar el cuento de Coyote Dick.
—Red, no le cuentes este cuento. Red, ni se te ocurra.
—Pues se lo pienso contar —aseguró Old Red.
Willowdean se sostuvo la cabeza entre las manos y habló mirando a la mesa.
—No le cuentes este cuento, Red, hablo en serio.
—Pues yo se lo voy a contar ahora mismo, Willowdean.
Willowdean se sentó de lado en la silla y se cubrió los ojos con las manos como si acabara de quedarse ciega.
Eso es lo que Old Red me contó. Dijo que se lo había contado “un navajo que se lo había oído contar a un mexicano que se lo había oído contar a un hopi”.
Había una vez un tal Coyote Dick, la criatura más lista y al mismo tiempo más tonta que cupiera imaginar. Siempre estaba hambriento de algo y siempre andaba gastando bromas a la gente para conseguir lo que quería. El resto del tiempo se lo pasaba durmiendo.
Bueno pues, un día mientras Coyote Dick estaba durmiendo, su miembro se hartó y decidió abandonarlo para pegarse él solo una juerga. Se despegó de Coyote Dick y echó a correr camino abajo. En realidad, brincaba camino abajo, pues sólo tenía una pierna.
Brincó y brincó y se lo estaba pasando tan bien que se apartó del camino y se adentró en un bosque donde —¡oh, no!— fue a saltar directamente a un ortigal.
—¡Ay! —gritó—. ¡Oh, cómo me pica! —chilló—. ¡Socorro! ¡Socorro!
El alboroto de los gritos despertó a Coyote Dick y, cuando éste bajó la mano para poner en marcha su corazón con la acostumbrada manivela, ¡ésta había desaparecido! Coyote Dick bajó corriendo por el camino sosteniéndose la entrepierna con las manos y llegó finalmente al lugar donde se encontraba su pene en la situación más apurada que imaginar se pueda. Coyote Dick sacó amorosamente su aventurero miembro de entre las ortigas, le dio unas palmadas para calmarlo y se lo volvió a colocar en su sitio.
Old Red se rió tanto que hasta le dio un acceso de tos y los ojos le salieron de las órbitas.
—Y éste es el cuento de Coyote Dick.
Willowdean le recordó:
—Has olvidado contarle el final.
—¿Qué final? Ya le he contado el final —masculló Old Red.
—Has olvidado contarle el verdadero final del cuento, viejo bidón de gasolina.
—Pues, ya que lo recuerdas tan bien, cuéntaselo tú.
Sonó el timbre de la puerta y el viejo se levantó de su desvencijada silla.
Willowdean me miró directamente a la cara con los ojos brillando como luceros.
—El final del cuento es la moraleja.
En aquel momento, Baubo se apoderó de Willowdean, pues ésta empezó a reírse por lo bajo, a continuación, soltó una carcajada y, finalmente, estalló en una risotada del vientre tan prolongada que le asomaron las lágrimas a los ojos y tardó dos minutos en pronunciar estas últimas tres frases, repitiendo cada palabra dos o tres veces entre jadeos entrecortados.
—La moraleja es que aquellas ortigas, cuando Coyote Dick se apartó de ellas, le provocaron picor en la picha por siempre jamás. Y es por eso por lo que los hombres siempre se acercan como el que no quiere la cosa a las mujeres para restregarse contra ellas y ponen cara de “Uy, cuánto me pica”. Porque, mire usted, a esta picha universal le pica todo desde la primera vez que se escapó.
Una excursión a Ruanda.
El general Eisenhower tenía que efectuar una visita a sus tropas de Ruanda. [Hubiera podido ser Borneo. Hubiera podido ser el general MacArthur. Los nombres significaban muy poco para mí por aquel entonces.] El gobernador quería que todas las nativas se alineaban al borde de la carretera de tierra y saludaran y vitorearan a Eisenhower cuando éste pasara en su Jeep. El único problema era que las nativas sólo llevaban encima un collar de cuentas y, a veces, un pequeño cinturón de cuero.
No, no, eso no podía ser de ninguna manera. El gobernador mandó llamar al jefe de la tribu y le expuso su apurada situación.
—No se preocupe —le dijo el jefe de la tribu.
Si el gobernador le pudiera proporcionar varias docenas de faldas y blusas, él se encargaría de que las mujeres se las pusieran en ocasión de aquel trascendental acontecimiento. El gobernador y los misioneros de la zona consiguieron proporcionárselas.
Sin embargo, el día del gran desfile, pocos minutos antes del paso de Eisenhower por la carretera a bordo de su Jeep, descubrieron que las nativas se habían puesto las faldas, pero, como las blusas no les gustaban, se las habían dejado en casa, por lo cual todas ellas se apretujaban a ambos lados de la carretera vestidas con las faldas pero con los pechos al aire y sin ninguna otra prenda ni el menor asomo de ropa interior.
Al gobernador por poco le da un ataque de apoplejía al enterarse, Por lo que mandó llamar al jefe de la tribu, el cual le aseguró que la jefa de la tribu había hablado con él y le había asegurado a su vez que las mujeres habían accedido a cubrirse los pechos cuando pasara el general.
—¿Estás seguro? —rugió el gobernador.
—Estoy seguro. Muy, muy seguro —contestó el jefe de la tribu.
Bueno pues, ya no quedaba tiempo para discutir y sólo cabe imaginar la reacción del general Eisenhower cuando su Jeep avanzó traqueteando por la carretera y, una tras otra, las mujeres se fueron levantando graciosamente la parte delantera de la holgada falda para taparse la cara con ella.
En lo personal, el que mas risa me causó fue el tercero, lo bobo o tonto que puede llegar a ser una metáfora como estas. Pero ahora saco conclusiones, porque muchas veces las mujeres se ríen cuando están solas. Pero no importa, me interesan mas los falos. xD